domingo, 13 de diciembre de 2009

Murallas invisibles que vigilan y castigan

La violencia simbólica está presente en los órdenes de nuestra cultura como murallas invisibles que afirman la normalidad de nuestros mundos cotidianos. Una levantada de ceja del padre, el piropo en la calle, una voz masculina autorizada, el silencio que otorga, la persuasión de la publicidad utilizando los cuerpos de las mujeres, la culpa y vergüenza de quienes experimentan la violencia doméstica y sexual, los asesinatos contra mujeres, son signos de un texto mayor que nos vigila e intimida.

Hombres y mujeres participamos en la confección de esta telaraña de significados* que nos sostiene y que al mismo tiempo nos advierte de duros castigos si destejemos sus hilos. Esta forma de violencia circula por nuestros lugares más habituales, disciplinándonos y constriñendo nuestro ser y hacer. Constantemente escuchamos voces y leemos gestos que nos fuerzan a mantener el orden establecido por el poder del padre, o del esposo, o simplemente por el poder abstracto de la figura del hombre como sujeto universal investido como la imagen de lo humano.

Los símbolos de estás violencias, no sólo están arraigados en nuestro inconsciente individual y colectivo, no sólo los aceptamos y validamos como legítimos modos que ordenan nuestra convivencia en sociedad, sino que se han independizado de nuestra intelección y del origen de su propia construcción. Hemos olvidado que su hechura la creamos nosotros(as), con nuestras prácticas, imaginarios y discursos. Es aquí donde radica su peligrosidad, como entes autónomos, parecen escapársenos de las manos y tener gobierno propio, al cual nos sometemos como victimas y victimarios.

Es por ello que necesitamos agudizar nuestros sentidos y escuchar nuestros malestares provocados por esta invisible y suave violencia de la que nos habla Bourdie. Suave pero que se encuentra incrustada en la base de la dominación masculina que viven mujeres y niñas habitantes de espacios y tiempos donde el odio, el desprecio, la misoginia oprimen sus vidas relegándolas a lugares que la cultura patriarcal ha creado para ellas. La depresión, por ejemplo, es uno de estos lugares simbólicos donde nos relegan a las mujeres y, que por cierto, hacemos propio como explicación de la violencia estructural que padecemos, pero que no somos capaces de reconocer porque sus signos están inscritos en lo no pensado, ni observado; y si no los vemos, difícilmente podemos sospechar las formas para su disolución o construir otros lugares posibles.

Atrevernos a explorar nuevas maneras para la transformación de estos caminos conocidos por los que transitamos, puede ser una vía que nos libere de los barrotes invisibles de la violencia simbólica. No estamos solas en esta invitación, salgamos al encuentro con las otras e imaginemos un mundo sin violencias donde hagamos la revolución simbólica que necesitamos para tejer los hilos de una telaraña que nos sostenga sin constreñimientos, ni castigos.

No hay comentarios: